He tenido la suerte de conocer a personas de las que merecen la pena. Que hacen cosas importantes sin darles importancia, que cada día luchan por un sueño y que se levantan cuando caen. He tenido la suerte de compartir sesiones de trabajo con ellos, de ver sus caras de interés, su agradecimiento por lo aprendido, su entusiasmo por lo que hacen. He podido enseñar a planificar, planificando, enseñar a publicar, publicando, enseñar a creer, creyendo. Y ahora toca «enseñar a volar, volando».
¿Y después? Después toca dejar que el equipo vuele solo. Esa es quizás la parte más difícil, pero también la más gratificante. Me decían estos días que no podía dejarlos solos, se preocupaban por saber seguir sin ayuda. Pero yo les lanzo otra pregunta ¿Cómo sabe mamá águila que los aguiluchos pueden volar? ¿Son ellos conscientes de que pueden? Sin embargo, si no pudieran hacerlo, su madre no los lanzaría.
Hay cosas que es difícil de explicar por qué se saben. A veces intuición, a veces experiencia, a veces observación… casi siempre una combinación de todas ellas.
Por naturaleza, todas las personas nos sentimos mejor cuando tenemos una red de seguridad, cuando, aunque cometamos errores, tenemos a alguien de confianza que nos ayuda a corregirlos, que nos enseña a no cometerlos. Pero, sin embargo, en algún momento de nuestra vida, también tenemos que volar solos, luchar por nosotros mismos, y crecer. Es el momento en el que maduramos para convertirnos en «adultos». El símil sirve también en el mundo profesional. Cuando empezamos nuestra aventura profesional no sabemos cómo enfrentarnos a las cosas.
Aprendemos como podemos, a veces a base de golpes, otras veces, cuando hay más suerte, de la mano de alguien que nos enseña. Y aquí corremos el riesgo de «acomodarnos», de que hagan las cosas por nosotros, de querer seguir manteniendo la «red de seguridad».
Pero… ¿habéis probado a volar? Pese al miedo inicial de los aguiluchos, de pronto, sienten sus alas, las abren… y ¡vuelan! Podían volar y no lo sabían… pero sí su madre, que por suerte para ellos los lanzó «al vacío». Confía en ellos, en su instinto, en lo que han aprendido.
Eso es lo que hay que hacer con las personas que merecen la pena… dejarlos volar, empujarlos para que vuelen.
La satisfacción personal de haber conocido a un grupo de personas, convertirlas en un equipo y verlas trabajar juntas y organizadas, es comparable a ver como tus aguiluchos, siendo mamá águila, pueden volar.
Y así, sabiendo que mis últimos «aguiluchos» están preparados, sólo quiero recordarles … que tienen alas, alas jóvenes y fuertes… ¡Sólo tenéis que abrirlas! … y yo me quedaré viéndoos volar.
Paz Cariñena – Amiga para siempre del equipo de Juan María by Lolola